Dra. Isabel García Peláez
Para los tenaces alumnos
de medicina
Benito estaba en animada conversación con las células del epitelio de la amígdala. Las células epiteliales formaban un grupo simpático. Eran muy unidas y jóvenes.
Su vida no es muy larga por eso la disfrutaban. Uno
de sus juegos favoritos era burlarse de este joven linfocito B.
Benito no la vio llegar, de hecho quería pasar
desapercibida, pero el antígeno de la membrana de Benito la atrapó. La bacteria
supo en ese momento que estaba perdida. Benito sabía que tendría que encontrar
rápidamente a Teo.
Lo de menos era esa bacteria que conocía muy bien
ya que había sido capacitado para reconocerla, ésta ya no haría daño, pero
donde hay una hay millones. Era urgente dar la voz de alarma. Pero ¿dónde
estaba Teo?
Teo estaba, como de costumbre, haciendo su recorrido por la amígdala asegurándose de que el territorio estuviera limpio de intrusos. Se acercaba a los linfocitos B por si estos tenían algún reporte de elementos peligrosos.
El que se dirigiera a los B no era un capricho, Teo
era un linfocito T cooperador tipo 2 por lo que su trabajo era colaborar con
los linfocitos B.
Tomó un descanso acomodándose entra las fibras de colágena. Cerca se encontraba un fibroblasto que se empeñaba en interrumpir su reposo con sus continuas quejas.
-Este trabajo es agotador. A la primera señal de alerta todos se alborotan, y claro con eso que tienen que eliminar al enemigo… pues se llevan todo por delante y dejan la matriz extracelular hecha un asco. ¿Y quién la repara?, pues su esclavo, el fibroblasto.
Teo trataba de ignorar al gruñón cuando unas vibraciones en las fibras lo alertaron. Benito se precipitó hacia él. Para cuando encontró a Teo, Benito ya había procesado a la bacteria y presentaba el antígeno bacteriano en su membrana acoplado al MHC II.
El MHC II es el complejo mayor de
histocompatibilidad tipo II que permite a las células como Benito, macrófagos y
células dendríticas poder presentarles los antígenos a los linfocitos T
cooperadores para que se desate la reacción inmunológica; la guerra contra los
intrusos.
Cuando Benito se encontró con Teo todo sucedió rápidamente. Conocían bien su trabajo, estaban bien capacitados y se entendían bien. El antígeno presentado por Benito se unió al receptor de Teo. Teo sintió un cambio interno y empezó a expulsar interleucinas.
Las interleucinas cayeron sobre Benito y sintió
como se iniciaba su mitosis, ahora eran muchos Benitos dividiéndose. Unos
quedarían como linfocitos B de memoria y otros se estaban transformando en
células plasmáticas. Las células plasmáticas comenzaron a secretar anticuerpos
que comenzaron a pegarse a las bacterias.
- Ahora si, gritó Benito, ahora están perdidas.
Las bacterias vieron como se aproximaban los neutrófilos y los macrófagos. Las prolongaciones de estas terribles células reconocieron a las bacterias, por los anticuerpos adheridos a sus paredes, las rodearon y las fagocitaron.
Benito observaba entusiasmado como otras células también se abrían paso a través de los capilares para participar en la batalla. En un momento dado todas estaban en la refriega: linfocitos, neutrófilos, basófilos, NK etc.
Poco a poco todo se fue calmando. Teo agotado se aproximó a Benito. Ambos amigos se miraron con satisfacción y orgullo. Su primera batalla había sido todo un éxito.
Comenzaron a comentar anécdotas cómo la de los
gordos e inofensivos monocitos que se transformaban en terribles macrófagos y
se lanzaban sobre las bacterias atragantándose con la fagocitosis.
Mientras los linfocitos charlaban ya relajados con la alegría de la tarea bien hecha, los macrófagos fagocitaban los restos de la reyerta y los fibroblastos, trabajadores infatigables, comenzaban a reparar los daños.
No hay comentarios:
Publicar un comentario