CUENTO DOS LINFOCITOS Y UN DESTINO
Todo comenzó en la médula ósea. La célula reticular
consideró que ese par de linfocitos ya estaban lo suficientemente desarrollados
para comenzar su educación formal. Ya era el momento de que conocieran cual era
su destino.
Dirigiéndose a la pareja de linfocitos les dijo
- Desde ahora tú te llamarás Benito, porque eres un linfocito B y tu Teo porque eres un linfocito T. Su tarea será transcendental. Van a ser los responsables de defender a su mundo de los intrusos: bacterias, virus, toxinas, células psicópatas que se transforman y muchos otros enemigos que ya irán conociendo durante su capacitación.
Los linfocitos quedaron confundidos, demasiadas noticias juntas. La tarea era demasiado importante y arriesgada, y además, no sabían que significaba ser T o B, pero durante su larga y dura capacitación se irían dando cuenta de esto.
Hasta ahora todo había sido fácil en la médula
ósea. Crecieron en un ambiente protegido por las células reticulares y rodeados
de una matriz acogedora en la que podían columpiarse con las fibras
reticulares, jugar con otros linfocitos, burlarse de los adipocitos y cuidarse
de los macrófagos.
Pero no estaban preparados para lo que iba a suceder. La célula reticular les informó que Benito continuaría su educación en la médula ósea, pero Teo, como era un linfocito T, tendría que abandonar el hogar y aventurarse a un órgano desconocido: el timo, en el cual tendría lugar su educación final.
Tendrían que separarse y quien sabe cuando
volverían a encontrarse. Quizá nunca, pero el destino decide.
Teo se despidió con tristeza de su amigo. Benito lo vio como, con dificultad, se introducía en un sinusoide y se perdía de vista arrastrado por la circulación.
El viaje fue accidentado. Los eritrocitos corrían como locos empujándose unos a otros arrastrando a Teo en esta carrera frenética por el laberinto de los vasos.
Por fin el viaje acabó con Teo en el interior del Timo. Allí se encontró con otros linfocitos T pero no había rastros de Benito, los linfocitos B estaban excluidos.
La capacitación fue difícil, más aún, era cuestión de vida o muerte. Las células dendríticas y las reticuloepiteliales, maestras despiadadas e intransigentes, lo retaban y tenía que responder, porque si no respondía, pena de muerte y si respondía mal también.
Si no pasaba las pruebas correctamente tendría que
suicidarse y los macrófagos se encargarían de eliminar sus restos.
Teo fue ganando confianza a medida que las pruebas
se sucedían mientras se desplazaba por el timo. Cuando llegó a la médula del
timo ya era un linfocito capacitado y seguro de si mismo. La experiencia lo
había hecho madurar; ya no tenía miedo al destino.
Antes de abandonar el timo la célula retículoepitelial le dio las últimas indicaciones.
- Teo me siento muy orgullosa de ti. Has pasado todas las pruebas con éxito, más aún conseguiste el título de Linfocito T cooperador. ¿Sabes lo que significa esto?
Teo si lo sabía. Durante su capacitación lo había comentado con sus otros compañeros. El linfocito T cooperador es el estratega, es el que da las instrucciones a los otros linfocitos y otras células beligerantes; es el cerebro en la guerra por la supervivencia.
El trabajo del linfocito T citotóxico es más
operativo ya que se enfrenta directamente al enemigo. Lo habían discutido en
los escasos momentos de descanso durante su capacitación. El destino lo había
decidido; él era un cooperador y se sentía muy orgulloso de esto.
Estaba impaciente por iniciar los retos reales, ya
estaba bien de simulacros.
Antes de abandonar el timo le preguntó a la célula
retículoepitelial
- ¿Dónde realizaré mi trabajo?
La célula contestó
- Introdúcete en un capilar y déjate llevar por la circulación. Cuando llegues a tu destino lo sabrás.
La célula retículoepitelial lo vio alejarse con satisfacción, orgullo y tristeza. Había sido un excelente alumno. Había sido duro para ambos el entrenamiento pero Teo había respondido con valor y capacidad.
Le entristecía la despedida pero se recobró; otros
linfocitos necesitaban de su trabajo.
Otra vez el viaje vertiginoso pero esta vez Teo
soportó las incomodidades porque estaba emocionado. Ahora si sabía cuál era su
trabajo, confiaba plenamente en sus capacidades y estaba impaciente por iniciar
su trabajo.
De repente se encontró en la amígdala. Buen destino. Mucha chamba pero divertida y variada.
Que se fueran preparando virus, bacterias y demás.
Mientras Teo inspeccionaba su nuevo hogar algo
llamó su atención. Alguien trataba de salirse de un capilar.
Las paredes del capilar cedieron y un linfocito
entró precipitadamente rebotando contra una fibra de colágeno. Teo no lo podía
creer y exclamó
- Benito ¿eres tú? Apenas te reconozco, pero ningún otro atravesaría así los capilares.
Se pusieron al día en sus vidas. Aunque Benito se
había capacitado en la médula ósea no por esto había sido menos difícil.
Las experiencias, las lecciones y los riesgos
habían sido los mismos. Se contaron sus anécdotas y descubrieron con
satisfacción que trabajarían juntos.
A Benito, en un principio, le molestó que su amigo fuera ahora su jefe, con lo que le gustaba mandar, pero Teo eliminó sus temores y le hizo ver que lo más importante era que ahora podrían estar juntos, correr aventuras y seguir siendo los mejores amigos.
El destino había decido.
Así transcurrió la conversación, fluyendo suavemente, arrullada por el transito en los capilares y el ronroneo de los fibroblastos en su continuo trabajo de secreción.
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